El feminismo y la teoría de género (II)
Al final del primer artículo nos preguntamos sobre las soluciones que han ido encontrando las feministas en su aventura. La solución que proponen las feministas hoy al reto de las mujeres que trabajan y al mismo tiempo cuidan el hogar es simple: ¡cásate bien! Tener una pareja que comparta las tareas domésticas y que no vea la crianza de los hijos y esas tareas como una responsabilidad solo de la mujer sino como una vocación compartida, lo es todo y lo contrario es una pesadilla.
Los supuestos claves de la visión del mundo hoy en juego continúan corriendo a través de las corrientes prominentes del feminismo casi ocho décadas después. Con demasiada frecuencia, la libertad de las mujeres se presenta como libertad de la feminidad; la «autonomía» se concibe de acuerdo con los parámetros masculinos; se espera que las mujeres utilicen medios químicos y quirúrgicos invasivos para ajustar sus cuerpos a ese ideal; las mujeres no son valoradas por el simple hecho de serlo, deben demostrar su valor haciendo las actividades que son marcadas como laudatorias por la sociedad que rara vez son las asociadas con la domesticidad y la maternidad.
La comprensión de Simone de Beauvoir de la libertad y la autonomía continúa animando la posición feminista proaborto. Esa famosa frase en la decisión de la Corte Suprema en Planned Parenthood v. Casey, de defender el aborto como un derecho, tiene claros matices existencialistas: «En el corazón de la libertad está el derecho a definir el propio concepto de la existencia, del significado, del universo y del misterio de la vida humana». Al margen de que haya un nuevo ser humano dado al mundo ante el cual seamos responsables, que un ser no nacido pueda existir aunque no nos guste, y que esa existencia pueda exigir una respuesta ética particular de nuestra parte.
Atrás quedó la antigua visión de que la verdad de las cosas existe inherentemente en el mundo y puede ser captada por la inteligencia humana y la comprensión de un florecimiento humano compartido que se logra viviendo de acuerdo con nuestra naturaleza. De hecho, ha desaparecido casi por completo la idea de la naturaleza humana.
Feminismo posmoderno y teoría de género
Después de las «guerras de sexos» de la década de 1980, el feminismo tomó un giro decididamente posmoderno y ha estado avanzando en esa dirección desde entonces. Una figura clave al frente de este cambio es la filósofa Judith Butler, cuyo trabajo impulsó un alejamiento de los estudios de la mujer hacia los estudios de género. Los escritos de Butler han ganado prominencia canónica en la academia. La gran mayoría de los programas de estudios de género que existen actualmente incluyen sus escritos.
Butler es un peso pesado pero su discurso es como un muro de ladrillos: hay que golpear la cabeza contra las palabras para ver una salida. Una de las debilidades de la teoría feminista y de género es su inescrutabilidad. Como es difícil comprender todas las implicaciones de sus argumentos, se aferran a aquellos aspectos que son inteligibles y concuerdan con sus experiencias, y sobre la base de esa mínima confirmación, abrazan el resto al por mayor. Esto crea el fenómeno de la «teoría de género por goteo»: la aceptación generalizada de ideas que surgen de una visión del mundo que la mayoría de las personas rechazarían porque nunca se articula claramente y que se introducen de contrabando.
Muchos de los supuestos fundamentales de Butler ejercen una profunda influencia en la cultura popular actual. Se apoya en las ideas afirmadas en El segundo sexo como: «nada es natural», «una no nace, sino que se convierte en mujer» para ascender a nuevos extremos al afirmar que «mujer» es una ficción social y cultural que se superpone a la realidad biológica y cuestionando el concepto de «mujer»: «mujer» ya no parece ser una noción estable, su significado es problemático y no fijo», escribe en Gender Trouble.
Con este movimiento, Butler extiende la huida feminista del esencialismo hacia una nueva frontera. De Beauvoir vio la feminidad en términos negativos pero al menos la tomó en serio como una «facticidad» que fundamenta y circunscribe la vida de las mujeres. Butler, en cambio, no lo hace. Esto se debe a que su objetivo principal como teórica es desmantelar la normalización de las relaciones heterosexuales, ver la relación sexual masculina y femenina como lo normal y natural, a lo que se denomina heteronormatividad. La idea de que la humanidad está dividida en dos sexos que son biológicamente complementarios es, para Butler, una ficción social más que una cuestión de hecho. ¿Cómo llega a esa conclusión, que va en contra del sentido común y del consenso científico?
Verdad, ficción social, poder e identidad
La clave para comprenderlo es su adhesión a la filosofía posmoderna de Michel Foucault, el pensador detrás de la cortina de la política identitaria actual. La mayoría de los partidarios del paradigma de género han adoptado, sin saberlo, una visión del mundo foucaultiana de facto, heredada, al menos en parte, a través de Judith Butler. Veamos un pasaje de su libro Deshacer el género: «La cuestión de quién y qué se considera real y verdadero es, aparentemente, una cuestión de conocimiento. Pero también es, como deja claro Michel Foucault, una cuestión de poder». Tener o portar «verdad» y «realidad» es una prerrogativa enormemente poderosa dentro del mundo social, una forma en que el poder se disimula como verdad.
Lo que Butler está diciendo aquí es que lo que percibimos como «real» es en realidad una ficción creada e impuesta por el poder institucional. En la perspectiva posmoderna, la verdad está suspendida entre comillas como incognoscible en última instancia. Todo lo que queda es el poder. El conocimiento, entonces, no es una cuestión de discernir o reconocer lo que es verdadero, porque la «verdad» misma es una construcción de poder. Foucault utiliza el término «poder-conocimiento» para encapsular esta idea, un término recogido por Butler.
La contribución más famosa de Butler a los estudios de género es su concepto de género como una actuación. En 1988, lanza la teoría de que lo que percibimos como género es en realidad una performance inconsciente y socialmente obligada que crea la ilusión de una verdad. Desde que nacen, los seres humanos son categorizados por género y se les dan escrituras sociales separadas, por así decirlo. La continua representación de esos guiones mantiene la ilusión de que esas categorías son reales, en lugar de construcciones sociales.
La idea de «performatividad de género» tiene un sentido en el que lo experimentamos como verdadero. La mayoría de las personas han tenido la experiencia de jugar con su masculinidad o feminidad para ajustarse a los estereotipos sexuales. Ciertamente, hay una arbitrariedad básica en algunas de las señales visibles de la diferencia sexual en términos de peinados y vestimenta, que varían de una cultura a otra. Hay un sentido en el que todos nosotros actuamos y encarnamos, nuestra identidad sexuada. Lo que cuesta ver es que Butler está argumentando algo mucho más radical. Dice que la identidad sexuada es sólo una performance, que no hay una mujer o un hombre «verdadero» por debajo de esas expresiones culturales que no hacen más que crear la ilusión de que existen.
Butler no niega las diferencias biológicas entre los sexos pero argumenta que cualquier categorización o significado que atribuyamos a esas diferencias es una cuestión de poder, no de verdad. No hay una razón sólida para ver esas diferencias como más significativas que las diferencias en el color del cabello o los ojos. El cuerpo existe, pero como una pizarra en blanco, desprovista de propio significado y en la que se escriben las normas sociales.
El genero y las políticas sociales
Las teorías de Butler tienen un filo político. Reconocer que el género es una ficción permite a las personas subvertir esas normas que crean la ilusión de la realidad. «No solo nos hacen cuestionar lo que es real y lo que ‘debe’ ser, sino que también nos muestran cómo se pueden cuestionar las normas que gobiernan las nociones contemporáneas de realidad y cómo se pueden instituir nuevos modos de realidad». Este es su proyecto: desmantelar las normas de género y sexo para desmantelar la heteronormatividad.
Para lograrlo, cuestiona todas las normas y costumbres que rodean la sexualidad y analiza cada proposición, no evaluando su verdad, sino comprobando cómo afirman el poder. En Deshacer el género, plantea la posibilidad de «reemplazar el cuerpo materno» con innovaciones tecnológicas que permitan la reproducción artificial, desvinculando la reproducción humana de las relaciones heterosexuales. Butler advierte a las feministas que rechazarían tales innovaciones que su oposición «correría el riesgo de naturalizar la reproducción heterosexual», esto destaca la perspectiva construccionista social extrema de Butler. La idea misma de que la reproducción heterosexual es lo normal es un guion dañino que debe ser reescrito por completo.
Esta comprensión de la verdad como poder conduce a una praxis política posmoderna, en la que el lenguaje es utilizado intencionalmente para instituir estos «nuevos modos de realidad». Es por eso que hay tanto énfasis en vigilar el discurso, creando nuevos pronombres y ordenando su uso, cambiando constantemente las definiciones de términos como género, proliferando continuamente nuevas categorías y subcategorías de identidad y deseo. Se trata de un esfuerzo concertado para imponer un nuevo guion de verdad social sobre la mujer.
Michel Foucault en 1977 solicitó formalmente al gobierno francés que despenalizara las relaciones sexuales consentidas con menores a través de la eliminación de las leyes de edad de consentimiento. La carta argumenta que si las niñas de trece años tienen la edad suficiente para que se les administre la píldora anticonceptiva, la tienen también para consentir tener relaciones sexuales con adultos. Publicó una carta abierta en el periódico Le Monde donde pedía la liberación de tres pedófilos convictos, porque «tres años [de prisión] por besos y caricias son suficientes». De Beauvoir firmó esta carta, al igual que Jean-Paul Sartre, Jean-François Lyotard, Gilles Deleuze, Félix Guattari y Roland Barthes. Todas estas figuras son superestrellas en la academia, teóricos y filósofos reconocidos y sus suposiciones teóricas los llevaron a la conclusión de que esterilizar temporalmente a niñas menores de edad para que puedan tener relaciones sexuales con hombres está bien. Si una filosofía te lleva allí, luce que hay algo podrido en la raíz.
Las diferentes corrientes feministas hoy, tomadas en conjunto, crean una visión del mundo de facto, un grupo de suposiciones rectoras sobre la realidad, la persona humana y la verdadera libertad. Esta visión implícita del mundo es lo que se llama el paradigma de género y será el centro del próximo artículo.
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