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¿Qué es el feminismo y la teoría de genero?

¿Qué es el feminismo y la teoría de genero?

Feminismo y teoría de género a vuelo de pájaro

El paradigma de género es hijo del feminismo del siglo XX, es a través de la teoría feminista que este concepto se ha apoderado de nuestra imaginación cultural, y es un hijo edípico porque, al igual que el asesinato de Edipo a su padre, este concepto ha erosionado la base misma del feminismo al convertir a la «mujer» en una identidad que puede ser libremente apropiada por los hombres, con independencia de la realidad.

El feminismo como término comenzó a circular en Europa a finales del siglo XIX y cruzó el Atlántico en 1910. La historia del feminismo ha tenido varias «olas», la primera fue el movimiento por el sufragio. Hoy nos parece increíble pero antes a las mujeres no se les otorgaba el derecho a votar, a poseer propiedades, a servir en jurados o ser testigos en los tribunales, a tener derechos de custodia sobre sus propios hijos, a presentarse a las elecciones o a asistir a la mayoría de los colegios y universidades.

En Estados Unidos, el movimiento por los derechos de la mujer surgió del movimiento para abolir la esclavitud. Estas feministas en su mayoría no eran radicales ni revolucionarias; eran esposas y madres de clase media, cristianas que se oponían al aborto y su objetivo no era subvertir el sistema, sino obtener representación legal dentro de él. Una vez logrado ese objetivo, el movimiento feminista se disolvió porque no había la idea de un patriarcado omnipresente que necesitara ser impugnado continuamente.

En la Segunda Guerra Mundial la mayoría de los hombres fueron reclutados como soldados, y en su ausencia, las mujeres apoyaron el esfuerzo bélico trabajando como enfermeras y también en las fábricas y como secretarias. En 1945, las mujeres constituían el 37% de la fuerza laboral de los Estados Unidos, y una cuarta parte de las mujeres casadas estaban empleadas fuera del hogar. Este fue un cambio cultural masivo que resultaría imposible de revertir, incluso cuando la guerra terminara y los hombres regresaran a casa.

En 1963, Betty Friedan escribió The Feminine Mystique, un libro que se convirtió en un catalizador para el resurgimiento del feminismo. El objetivo de Friedan era descorrer el telón de la dorada ama de casa de los años cincuenta para exponer «el problema que no tiene nombre»: la profunda y apática infelicidad de las mujeres cuando se limitan a los roles domésticos. Fue un éxito, y el Movimiento de Liberación de la Mujer se incendió, fue uno de los muchos movimientos por el cambio social a finales de la década de 1960. El objetivo unificador de este movimiento no fue solo la igualdad legal, sino la igualdad social y política más amplia, ya que las feministas de la segunda ola comenzaron a repensar activamente los roles de las mujeres en el hogar y en la fuerza laboral.

Una parte importante de este esfuerzo fue un énfasis renovado en la llamada «libertad reproductiva», es decir, el acceso ilimitado al control de la natalidad y al aborto. Las feministas de la primera ola generalmente se opusieron al aborto, ya que no veían ningún conflicto inherente entre sus derechos y los derechos de sus hijos no nacidos. Inicialmente, las feministas de la segunda ola estaban divididas sobre el tema del aborto, hasta que la Asociación Nacional para la Derogación de la Ley del Aborto, dirigida por hombres, forjó una alianza con la recién formada Organización Nacional de Mujeres. Esta alianza entre el feminismo y el movimiento proaborto resultaría duradera: el derecho al aborto ad libitum es ahora el pilar central e inamovible de la plataforma feminista dominante.

Esta segunda ola duró dos décadas, hasta que el movimiento feminista degeneró en las «guerras sexuales» de la década de 1980, un conflicto interno entre las feministas que se oponían a la pornografía y la prostitución como fuerzas de opresión femenina, y las llamadas feministas «sex-positive» que las veían como liberadoras. La tercera ola del feminismo que surgió de este conflicto en la década de 1990 estaba igualmente preocupada por la política sexual y hacía hincapié en la libertad sexual desinhibida. Durante esta ola, el consentimiento se convirtió en el único punto de referencia para que el sexo se considerara lícito. Si una mujer elige tener un acto sexual, ese acto es bueno, incluso si involucra prostitución, pornografía o sadomasoquismo.

A principios de la década de 1990 se puso de relieve el problema del acoso sexual, subrayando la importancia del consentimiento femenino, y en la academia, la teórica Judith Butler desplegó su influyente noción de género como una ¨actuación socialmente obligada¨. Esta idea se filtró rápidamente en la cultura popular como algo conscientemente vanguardista y performativo en el feminismo de la tercera ola: el énfasis en la elección individual y la libertad es un marcador clave de este feminismo, que tendió a adoptar una sensibilidad posmoderna, enfatizando la diversidad entre las mujeres e irónicamente jugando con las normas y expectativas de género.

Con el cambio de milenio, el movimiento feminista migró a Internet, ganando un renovado protagonismo a través de los blogs y las redes sociales. Esto remodeló el feminismo una vez más, en lo que muchos llaman una cuarta ola, que comenzó alrededor de 2012. Se puede ver en esta nueva iteración una creciente ambivalencia hacia la licencia sexual desenfrenada y una conciencia emergente de que las mujeres pueden ser maltratadas incluso dentro de los límites de lo que técnicamente es consensuado. #MeToo y #BelieveAllWomen son las tarjetas de presentación de este feminismo. Esta ola intensificó muchas características de la tercera ola, como el enfoque en la diversidad y la intersección de diversas formas de opresión, en particular el racismo y el sexismo. Se abraza aún más la pluralidad de género y se dio el paso sin precedentes de rechazar la idea de que una «mujer», por definición, es una mujer biológica. Esto habría sido inconcebible en el feminismo anterior.

Si el feminismo de la tercera ola tenía una vibra rebelde, libertaria y anticensura, las feministas de la cuarta ola a veces viran en la dirección opuesta, vigilando y prescribiendo códigos de comportamiento y con discursos diseñados para reflejar las últimas tendencias de género. Ahora estamos flotando en la estela de la cuarta ola pero la metáfora se ha roto, ya no tenemos un movimiento que va y viene.

Corrientes de pensamiento subyacentes

Ese telón de fondo nos ayuda a entender las tres corrientes filosóficas destacadas que dieron origen al paradigma de género. Interesan especialmente las ideas que animan el feminismo pop: el feminismo de los memes, las redes sociales y la conversación cotidiana, corrientes que se han filtrado en la retórica popular y que ahora dan forma a nuestras nociones culturales de género. Cada una de estas corrientes refleja una visión implícita del mundo: una comprensión particular de la realidad, de la persona humana y de lo que significa ser libre.

Feminismo existencialista

En la lectura del feminismo estadounidense, la filósofa y escritora francesa Simone de Beauvoir ocupa un lugar preponderante. Su obra más famosa, El segundo sexo, fue escrita en 1949, durante ese intervalo entre la primera y la segunda ola. De Beauvoir fue el primer filósofo en dar cuenta de una dominación masculina que impregna todas las esferas de la vida y el pensamiento humano. El concepto mismo de «mujer», argumenta, se representa como un objeto, u «otro» para el hombre, y las mujeres son socializadas desde el nacimiento para ajustarse a esta comprensión de la feminidad. Esta idea está detrás de su conocida frase: «No se nace, sino que se llega a ser mujer» que es piedra fundante de la teoría de género.

De Beauvoir intenta dar cuenta de cómo surgió la idea de la mujer como «otra» en un tratado que bebe alternativamente, y selectivamente, de la filosofía, la biología, la historia, la antropología, el psicoanálisis, la religión y la literatura. Este libro tuvo una profunda influencia en Betty Friedan, cuyo propio bestseller encendió el barril del movimiento de mujeres de la década de 1960. A través de Friedan, el relato de Beauvoir sobre la domesticidad y la biología femenina como dominios de esclavitud dio forma a la ideología y los objetivos del feminismo de la segunda ola y continúa enmarcando el enfoque feminista del aborto y la maternidad en la actualidad.

Sus afirmaciones se basan explícitamente en un marco existencialista. El existencialismo es una escuela filosófica que recibe su nombre de una de sus afirmaciones centrales: que la existencia precede a la esencia. La esencia, en la jerga filosófica, se refiere al «qué» de una cosa, una naturaleza estable que define lo que algo es. Por ejemplo, la visión cristiana de la persona humana como una unidad de cuerpo y alma es una comprensión de lo que es esencialmente un ser humano. Las discusiones sobre la «naturaleza humana» son esencialistas, porque buscan definir una esencia compartida y común a todos los seres humanos. La posición filosófica tradicional es que la esencia precede a la existencia. En otras palabras, lo que un ser humano es en su propia naturaleza es anterior al hecho de mi existencia particular. El existencialismo invierte esto: no soy un ser humano por el mero hecho de existir; debo convertirme en un ser humano a través de mi acción creativa en el mundo. Mi humanidad es algo que yo logro, en lugar de algo que se me da.

Drama de carne y espíritu

En Beauvoir, el ser humano es una «libertad autónoma» que está en tensión con su «facticidad», su condición material y finita. El ser humano habita así una «ambigüedad de la existencia», atrapado en un «drama de carne y espíritu, de finitud y trascendencia». Recuerda a los filósofos estoicos, que veían a los seres humanos como emanaciones de lo divino que están atrapados en las prisiones de sus cuerpos. De Beauvoir, sin embargo, es atea. No soy una chispa divina atrapada en un cuerpo, soy una conciencia infinita constreñida por mis circunstancias biológicas y materiales. Cuando De Beauvoir se refiere a la trascendencia, no está aludiendo a Dios sino hablando de la capacidad del ser humano para trascender los hechos brutos de su existencia, a través de la acción creadora. No ejercer esta capacidad de trascendencia es renunciar a nuestra libertad y quedar sometidos a nuestra facticidad. Si consentimos esta «caída» de la trascendencia es un gran fracaso moral; si infligimos tal caída a otra persona es una opresión.

Darle sentido a la propia existencia

No existe la naturaleza humana, sólo la condición humana, ese estado de tensión entre la trascendencia y lo fáctico. No hay un significado intrínseco para el mundo o para nuestras vidas, hay que darle sentido, depende de nosotros justificar nuestra existencia, darle un propósito. No somos creados, nos creamos a nosotros mismos, y no emprender este trabajo es un fracaso vital. Para ser claros, esto no es un relativismo perezoso y libertino: «¡Haz lo que te haga feliz!» De Beauvoir afirma explícitamente que no le interesa lo que hará felices a las mujeres, sino lo que las hará libres.

En sus relatos de las etapas de la vida de una mujer —infancia, pubertad, adolescencia, matrimonio, embarazo, maternidad— se centra en lo negativo y si bien es cierto que hay un lado oscuro en ellas, da la impresión de que odia ser mujer. Lo masculino ha sido siempre más valorado que lo femenino pero su visión del mundo subyacente perpetúa este mismo error.

Lo masculino como ideal

Como pone la facticidad en contradicción con la libertad, las mujeres se ven oprimidas no sólo por las fuerzas sociales, sino también por su biología. Así describe el estado natural de la mujer: «dar a luz y amamantar no son actividades sino funciones naturales; no se trata de un proyecto, por lo que la mujer no encuentra en ellos ningún motivo que le reclame un sentido superior a su existencia; se somete pasivamente a su destino biológico». Y su descripción del hombre: «El hombre es radicalmente diferente. No provee para el grupo de la manera en que lo hacen las abejas obreras, por un simple proceso vital, sino más bien por actos que trascienden su condición animal.

Este sesgo hacia lo masculino se mantiene constante y no es accidental, es por su visión del mundo. Una mujer «encuentra la confirmación de las pretensiones masculinas en el centro de su ser» y «aspira y reconoce los valores alcanzados por los hombres». Esto pone a la mujer en guerra consigo misma: la mujer es un absurdo, es una libertad atrapada en un cuerpo que está diseñado para albergar a un otro. Su única esperanza es luchar contra su facticidad para llegar a ser lo más parecido posible a un hombre. Para crearse a sí misma debe reconocer lo femenino como desprovisto de sentido y dirigir su mirada hacia el ideal masculino.

Trabajar como un hombre y más

De Beauvoir centra el sentido de la vida en el trabajo y la producción. Debido a que el embarazo, el parto y la lactancia son funciones naturales, la mujer no puede elevarse a través de la maternidad a un plano superior; el hombre, en cambio, es un individuo completo, porque es productor: «su existencia se justifica por el trabajo que presta». «Sólo el trabajo puede garantizar la libertad de la mujer».

Anticipa el ideal moderno de «tenerlo todo» en su retrato de la mujer independiente de su época, con ideas que siguen siendo válidas casi un siglo después: la mujer moderna, argumenta, no es libre, sino dividida, es incapaz de escapar de las exigencias del mundo femenino, incluso mientras compite por tener éxito en el mundo masculino. Tiene que vivir como un hombre y como una mujer, y «su carga de trabajo y su fatiga se multiplican como resultado». Es pesimista acerca de combinar la maternidad y una carrera: «un hijo es suficiente para paralizar por completo la actividad de una mujer».

Revolución feminista

Para De Beauvoir la verdadera solución es una revolución. La emancipación de la mujer no puede lograrse modificando una ley aquí o una costumbre allá: «el bosque debe plantarse de una vez». Crear una sociedad donde se pueda criar a una muchacha con «las mismas exigencias y honores, la misma severidad y libertad, que sus hermanos». El matrimonio sería un compromiso libre que los cónyuges podrían romper cuando quisieran; la maternidad sería elegida libremente, se permitiría el control de la natalidad y el aborto.

¿Qué soluciones encontraron las siguientes feministas? Continuará en el siguiente artículo.

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