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¿Está la humanidad bajo el imperio de la tecnología?

El contexto digital en el que nos movemos y la deriva casi imperialista que está tomando el avance de las tecnológicas son una advertencia sobre los peligros de asumir de forma acrítica toda innovación como progreso. Hay una poderosa reacción en contra basada en la premisa: “El despliegue tecnológico que marca nuestra época no se corresponde plenamente con los intereses de la humanidad y es urgente retomar el control”.

El diagnóstico es claro: el avance actual de la tecnología nos lleva hacia un entorno que concibe al ser humano más como un objeto al servicio de las máquinas que como un sujeto libre cuya especificidad debe ser preservada. Llegados a este punto es preciso plantearse qué posibles soluciones individuales y colectivas existen y si estamos todavía a tiempo de pulsar el botón de off?

En defensa de la libertad

Frente al desafío tecnológico necesitamos encontrar las claves para seguir viviendo como seres libres porque el futuro digital atenta contra la libertad y ésta es la pregunta fundamental. El entorno tecnológico en el que vivimos nos empuja hacia la eficiencia, la rapidez, la automatización y el ahorrar esfuerzo. Eso está bien, pero coloca unos raíles que nos guían en un sentido determinado en el que nosotros no decidimos por dónde vamos.

Esto ocurre de forma sutil, rara vez uno se despierta pensando que tal decisión la tomé condicionado por mi entorno digital. Por eso, el gran reto de nuestra especie es el de conservar un perímetro de libertad que sea lo más grande posible.

Las tecnológicas pretenden que deleguemos en los dispositivos nuestra capacidad de tomar decisiones. El entorno digital influye en nuestras decisiones pequeñas y grandes y, si pensamos en la especificidad del ser humano, este se distingue precisamente por esto. Delegar esa tarea importa, porque la vida es la suma de todas las pequeñas decisiones que vamos tomando. Es preciso reivindicar la libertad y la felicidad sobre la eficiencia y la inmediatez.

La ideología mejor financiada en la historia de la humanidad

Parece que ese futuro tecnológico fuera un fenómeno natural que va a ocurrir sí o sí, como un meteorito del que solo podemos calcular su trayectoria, velocidad y momento de impacto. ¿De dónde viene esa sensación de inevitabilidad cuando estamos hablando de un fenómeno que, en principio, depende de decisiones humanas?

Hay una dimensión ideológica importante en esa sensación de inevitabilidad. Gran parte de la industria nos presenta el futuro digital como la única opción y plantea como naturales cuestiones que en realidad son fruto de una decisión. La industria niega que tengamos posibilidad de influir en esto, que exista la posibilidad de debate. Y eso sirve a sus propios intereses.

La sensación de que el avance de la tecnología resulta inevitable es fruto de la ideología mejor financiada de la historia de la humanidad. Una ideología que sirve a propósitos económicos, pero también a una serie de valores que comparten solo una pequeña minoría que busca deconstruir al ser humano para vencer a la muerte, abolir los límites de la naturaleza y refundar la especie.

Sus objetivos van en línea con la utopía transhumanista.

No se reduce todo al transhumanismo pero su impacto es bastante claro. Los líderes tecnológicos, con sus más y sus menos, lo abrazan con entusiasmo, aunque a veces lo hacen con cautela para no asustar a las personas.

Detrás de esta ideología hay una concepción muy aristocrática: ellos saben lo que es bueno para la especie humana por encima de cualquier consideración hasta biológica. Y también subyace una idea de fondo inquietante: que no hay una especificidad clara del ser humano, sino que este puede y debe ser siempre mejorado a trasvés de la tecnología.

Detrás hay también un concepto de la felicidad humana que la cifra en la optimización y el rendimiento y la felicidad tiene que ver principalmente con una satisfacción vital ligada, no a que todos los componentes estén optimizados, sino a vivir con sentido.

El poder está en realidad en nuestras manos

Las tecnológicas son muy poderosas, pero no gozan de buena reputación, sin embargo eso no se traslada a las decisiones de consumo del día a día y entregamos nuestra vida diaria a empresas en las que no confiamos. Es una absoluta paradoja. No se puede responsabilizar totalmente al usuario porque los algoritmos están diseñados para tomar el control, pero en este caso sí que hay que responsabilizar un poco al consumidor. El poder está en realidad en nuestras manos, porque si todos dejáramos de usar sus servicios, dejarían de tener esa capacidad de influencia. Además, todas las plataformas tienen una alternativa que funciona igual de bien.

Hay una luz de esperanza porque ha habido cambios radicales de comportamiento en otras áreas de consumo, como la moda, la alimentación, el cigarrillo… En este camino, cada vez hay más reivindicaciones de padres y profesores para desconectar la infancia, desdigitalizar las aulas… buscando su protección. Hay magníficas iniciativas de la sociedad civil como Adolescencia Libre de celulares que trabajan por una infancia y adolescencia más desconectada pero está por verse el impacto de esto.

Acciones individuales y políticas

Hay que actuar pidiendo cambios legislativos a favor de la desconexión, pero también hay que movilizarse como ciudadanos porque aquellos son lentos y es necesario articular ese escalón intermedio que se encuentra entre lo individual y lo político. Mientras las cosas van cambiando legislativamente no podemos sacrificar a los niños que están entre 10 y 15 años, a los que no les llegarán los cambios.

El debate en torno a la desdigitalización de las escuelas es casi inexistente. Tenemos cada vez más datos de lo que está sucediendo en salud mental y deterioro cognitivo y, aun así, los Estados están invirtiendo cientos de miles de dólares en la digitalización de las aulas sin que esto esté respaldado por ningún criterio.

Ante el argumento de que esta desconexión impediría a los estudiantes adquirir las habilidades que van a necesitar para su vida futura, en primer lugar, hay que hacer un análisis del costo-beneficio y, en el caso de los adolescentes, es claro hacia dónde se inclina la balanza. En segundo lugar, muchos de los beneficios que se pueden obtener de la tecnología “portable” (el smartphone) se tienen también con un computador, una tecnología más sólida que no es omnipresente y que no te acompaña todo el tiempo.

Una tecnología sólida es aquella que está contenida, que está enmarcada espacialmente en un determinado lugar. Eso mitiga mucho los efectos negativos y también permite un mayor control parental. Incluso para uno mismo, es más fácil saber las horas que se pasan detrás del dispositivo. Si has estado ocho horas con la computadora, lo sabes. Con el smartphone se diluye esta conciencia.

Un debate plural pero riguroso

Hay algunas expresiones falaces o vagas que dificultan el debate riguroso como la de “competencias digitales” ya que se trata de educar en la realidad. Estas tienen un sentido claro cuando pensamos, por ejemplo, en el desempeño de un trabajo profesional concreto. Pero hay un enorme malentendido si hablamos de desarrollar las competencias digitales de los jóvenes.

En primer lugar, porque la tecnología está diseñada para ser tan intuitiva que hasta un chimpancé podría usar un iPad. Entonces, ¿qué son las competencias digitales? ¿Apretar un botón de búsqueda? En segundo lugar, nos damos cuenta de que los llamados nativos digitales están más sujetos a la desinformación, porque carecen de las referencias informativas offline que les permitan sacar el mejor partido a las digitales, tomando la necesaria distancia.

Hablamos mucho de los trabajos del futuro, pero la realidad es que cada año cambian, y más que los trabajos del futuro son los trabajos del momento. Lo que sí sabemos es que estará más preparado para un empleo el candidato que más factor humano sea capaz de aportar, el que sepa pensar más como la máquina no puede hacerlo y el que sea capaz de movilizar más referencias fuera de lo digital sí.

Apostar por el bien común, no el individual

Debemos aceptar que la apuesta a largo plazo por el bien común conlleva perjuicios económicos en el corto. Aplicado a nivel colectivo y en todos los ámbitos, este mensaje de despegarse de las tecnologías nos dejaría en desventaja frente a otros países que insisten mucho en ellas para ser competitivos en todos los campos.

No se puede obviar una reflexión sobre cuáles serían los obstáculos que tendríamos que afrontar como sociedad si decidiésemos poner coto a la sobreconexión. Uno de ellos es la fuerza de esa ideología tecnologicista, pero, sobre todo, tendríamos que aceptar que la apuesta por el bien común a largo plazo (un enfoque humanista de la política) puede exigir, en el corto y en el medio, que un país salga perjudicado. El problema reside en el miedo a que los demás no actúen de esta manera y seamos superados por nuestros competidores.

Hacer efectivo este enfoque humanista en la política requiere de una gran coordinación global, así que no parece que vaya a ocurrir pronto. Pero subsiste la esperanza de que, como en algunos otros casos (la lucha contra el cambio climático), la humanidad sepa coordinarse de tal manera que priorice sus intereses colectivos como especie al beneficio a corto plazo.

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Vicencio González

Fuentes principales: Impacto de las nuevas tecnologías en nuestras vidas (2022) de Vicencio González y Anestesiados de Diego Hidalgo.

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