La vida es un viaje y un destino
«La vida es un viaje, no un destino»: así reza una de las citas más populares que corren por la red. Basta una simple búsqueda de estas palabras para dar con infinidad de imágenes y pósteres para todos los gustos: paisajes idílicos con un camino o una carretera serpentean-do, composiciones gráficas con estilo vintage… Pero, ¿qué significa realmente que la vida es un viaje, y no un destino? ¿Quizá estamos simplemente ante un tópico, una frase que triunfa porque permite relativizar los propios errores, o porque parece decir que lo de más es vivir y lo de menos cómo vivas o para qué? ¿Viaje y destino se oponen, después de todo? El destino, concretamente el destino de la vida, ¿no se juega en cada instante del viaje?
En el mundo del running
Estas preguntas requieren desde luego una aproximación serena. Veamos de entrada cómo este lema inspira la vida de la gente corriente. En el mundo del running, por ejemplo, la idea de privilegiar el viaje sobre el destino tiene gran popularidad. Sucede que los corredores, sobre todo los principiantes, empiezan con objetivos ambiciosos, en términos de distancias que recorrer, forma física que adquirir o peso que perder. Y no resulta difícil imaginarse que la mayoría de las veces no logran cumplir esas metas tan fácilmente como esperaban. Así describía su vivencia un corredor:
«Día tras día fracasaba en mi objetivo. Día a tras día se me hacía más evidente que no estaba hecho para correr. Cada carrera me ponía brutalmente frente a los hechos: seguía sin llegar al nivel. Sin embargo, lo que no había entendido sobre este deporte era lo mismo que ya tenía bien asumido en mis viajes: la clave es disfrutar del trayecto. […] Me di cuenta de que cada carrera es un regalo. Cada carrera es una oportunidad de estar donde quieres estar. Con esta revelación, mi forma de correr cambió. Dejé de negar la alegría que sentía. Dejé de acumular días de fracaso. Empecé a vivir más “en el momento”, viendo cada carrera como una oportunidad para apreciar lo que tenía frente a mí».
Este corredor estaba empezando a aprender una lección importante que cualquiera de nosotros puede aplicar al viaje de la vida: que nuestro destino se juega a lo largo de todos los momentos del viaje, porque la felicidad plena es para los que saben ser felices en lo cotidiano.
Estar donde quieres estar y con quien quieres estar
Sin embargo, esa unión pacífica entre recorrido y destino no es fácil de lograr. Podría decirse que, de hecho, es la obra de toda la vida. Y la vida es breve y larga a la vez. Como a aquel corredor, a veces nos puede suceder que, al proyectar la mirada hacia la meta y volver después con ella hacia donde estamos ahora, nos desanimemos: la vista de la distancia que nos queda por recorrer podría entonces incluso bloquearnos o hacernos desesperar del viaje. Pero no ganamos nada agobiándonos por el mañana y sí concentrándonos en el presente. Cuando lo más importante en nuestra vida se convierte en lo primero, cada paso es una oportunidad de estar donde quieres estar y de estar con quien quieres estar. Desde este punto de vista, la felicidad está siempre a la vuelta de la esquina: la vida va siendo, a la vez, viaje y destino.
Vamos a considerar, pues, algunos aspectos de nuestro viaje. En primer lugar, la certeza de que no viajamos solos: tenemos amigos y compañeros de viaje. En segundo lugar, la necesidad de salir al paso del desánimo, aprendiendo a dar la vuelta a nuestros límites y a nuestros errores. Finalmente, la convicción de que vivir en el presente es la mejor manera de encontrar la felicidad en esta tierra.
Camina confiadamente
Es clave que no caminemos hacia nuestro ideal como si estuviera lejos, esperándonos al final de un largo camino sino que lo hagamos con nuestros seres queridos que nos acompañan y se interesan por todo lo nuestro: lo que pensamos, lo que decimos, lo que deseamos. Recorriendo los episodios grandes y pequeños, hablando y escuchando en todo momento; exponiéndome a que me puedan pedir cosas que no me espero, o a que me lleven por caminos que no imaginaba. Quien camina con un amigo está en la disposición de hablar y de escuchar.
Además, es importante que caminemos humildemente, lo que significa no vivir aspirando a unos resultados o éxitos que no dependen de mí, y que quizá no me corresponden; estar contento con lo que tengo, con lo que Dios me da, con lo que la vida me presenta. Y vivir eso… intensamente. La paradoja es que, si caminamos así, de hecho haremos cosas mucho más grandes de lo que creíamos.
Darle la vuelta a los defectos
Pretender ser superhombres sería confiar demasiado en nosotros mismos. La fragilidad, las dificultades, las equivocaciones, sencillamente forman parte del camino de la vida. Admitir esta realidad no significa rendirse o resignarse; es simplemente aceptar nuestros límites y nuestros tiempos, y también los de la realidad.
Pero nuestro orgullo no lo aceptará fácilmente y se sirve de nuestra fragilidad para desalentarnos, porque sabe que ese es un método eficaz para hacernos abandonar el viaje. De ahí que necesitemos aprender a darles la vuelta; es decir, a sacar provecho y experiencia de ellos. Esto puede sonar extraño, pero es uno de los principios más importantes del crecimiento personal. Así lo han entendido desde hace siglos los grandes maestros.
Hay personas, escribe uno de ellos, a las que les «ocurre habitualmente que se asombran de sus faltas, que se inquietan; se molestan consigo mismos y acaban por desanimarse. Son efectos del amor propio mucho más perjudiciales que las propias faltas». La inquietud y el desánimo al ver nuestros límites hace mucho daño porque nos dispone a caer.
Aunque caigamos muchas veces debemos levantarnos y seguir caminando, esas caídas pueden convertirse en un trampolín que nos impulse de nuevo. ¿Qué importará, después de todo, que te hayas caído en el camino, con tal de que llegues al final?
Vive el presente
La única manera de recorrer nuestro camino es hacerlo paso a paso. Nadie sube una montaña de un salto, y menos aún si se trata de una cima a gran altura: a veces será necesaria una buena temporada de entrenamiento y de aclimatación; y necesitaremos hacer etapas, acampar, retomar fuerzas con el confort de un equipaje bien escogido, al tiempo que disfrutamos de la conversación y del paisaje, cambiante en cada etapa. En definitiva, necesitamos concentrarnos en nuestra realidad más inmediata o, dicho de otro modo, vivir en el presente.
Vivir en el presente significa reconocer el momento actual como el único en el que puedo avanzar realmente. Hay fuerzas en nuestra mente que van a intentar alejarnos todo lo posible de nuestro aquí y ahora, angustiándonos con un pasado que nos decepciona o con un futuro que nos inquieta; o haciendo que nos perdamos en imaginaciones de lo que podía haber sido, o de lo que podría ser. Y si logra algo de todo esto, entonces ya está logrando enfriar nuestro caminar.
Vivir en el presente no quiere decir ignorar el pasado y el futuro, sino ponerlos en su lugar. Estar en paz con el pasado, reconciliados con nosotros mismos, por la aceptación de quiénes somos y de quiénes hemos llegado a ser y también con los demás. Y estar en paz con el futuro, porque, aunque vibramos con nuestros planes y proyectos necesitamos estar serenos, esto crea el clima necesario para vivir el presente con intensidad, centrados en el aquí y en el ahora.
Esto genera una confianza que nos lleva a movernos por la vida con soltura, a razonar y decidir con libertad, a enfrentar las penas con serenidad y a apreciar mejor las cosas bellas. Hay un tiempo para cada cosa: trabajar, descansar, reír… es importante identificar lo que más fácilmente nos distrae y nos desvía del camino: momentos de evasión en el teléfono o en nuestra imaginación, pensamientos oscuros… Así podremos volver más fácilmente al camino probado que consiste en hacer lo que debo y estar en lo que hago.
Vivir el presente nos permite agradecer lo que tenemos, en particular que soy amado y, por eso mismo, disfrutar de la vida. Estar demasiado preocupados por nuestros fracasos en el pasado o por los peligros del futuro nos incapacita para percibir las cosas buenas que se nos ofrecen en el momento presente. Por eso es muy bueno que dediquemos tiempo cada día a la gratitud. ¿Qué muestras de amor he recibido hoy y puedo agradecer?
Persevera hasta el final
Llegar al final del camino es vital, todos soñamos con llegar a decir: he alcanzado la meta. Lo conseguiremos conservando la ruta correcta hoy. Uno podría sentirse fácilmente abrumado frente a la perspectiva de mantenerla durante diez, ochenta años. ¿Cómo puedo estar seguro de mi perseverancia en un camino tan largo? En realidad, no se trata de estar seguro de que no me apartaré de ella durante las próximas décadas; se trata de lograrlo hoy, con la fuerza que tenemos en este momento. Viviendo así es como recorreremos el camino de la vida hasta su término.
Que «la vida es un viaje, no un destino» es algo obvio. Sabemos que nuestra vida no termina aquí y que, por tanto, estos años en la tierra no son el destino. Y, a la vez, sabemos que nuestro destino nos lo jugamos en cada instante. Y entonces haremos «camino al andar»: cada paso que demos hará nuestro camino y hará nuestro destino.
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