¿Te gustaría entender más a fondo El Principito? (II)
¿Por qué “perturbado por la presencia de la rosa que irrumpió en su vida” el principito no sabe qué le está pasando ni qué hacer para acertar?
Decide alejarse y salir a ver otros mundos. Emprende la fuga con el pensamiento de que no volverá. Pero este viaje representará el medio de su encuentro con el sentido y hará posible un maduro retorno a sí mismo. Viaja hacia unos asteroides de la región “para buscar una ocupación e instruirse”. Cada uno estará habitado por un personaje: un rey, un vanidoso… y en su séptima escala llegará a la tierra que “no es un planeta cualquiera” no solo por su mayor tamaño sino por un cambio de nivel en su realidad: si cada ser humano tiene su pequeño mundo, en la tierra se hallan todos, millones de personas. Es una transición del mundo privado al mundo común puesto que se trata del lugar del encuentro. Se nos presenta en esa galería de personajes la imagen de una existencia cerrada. En el asteroide del Rey se ve identificado de inmediato: ¡un súbdito! Reconocido no en su persona sino en su función, para los reyes todos son súbditos. Hay una diferencia crucial entre su situación y la de ellos: él ha ido a su encuentro; ellos lo reciben conforme a la regla que estructura su mundo y que les impide oler una flor, amar a alguien, alcanzar lo real. Para entender el principito.
¿Por qué cuando la serpiente le pregunta, “qué has venido a hacer aquí” el principito le contesta “tengo dificultades con una flor”?
Esta travesía lo ha preparado para lo que habrá de encontrar en la tierra, primero con la serpiente pero después de varios encuentros se sentía cada vez más solo y buscando a los hombres llegó a un jardín de rosas. Pregunta ¿quiénes sois? Y recibe respuesta precodificada: rosas. Se sintió muy desgraciado: “me creía rico, con una flor única y solo tengo una rosa más”. El episodio marca una crisis mayor y el término de su fuga, a partir de aquí, a través de la crucial mediación del zorro podrá emprender el viaje de regreso. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué esas lágrimas? Una toma de conciencia dolorosa que lo lleva a menospreciar lo que tenía, la imagen que se había formado. Desvaloriza con ello su propia realidad, su persona misma. La rosa que floreció en su asteroide le había hecho exclamar ¡qué bella eres! Es una forma bella que lo llena y que le hace una petición: ¿podrías pensar en mí? Al comenzar a tratarla ya no tendrá más soledad. Él no comprendía lo que estaba pasando pero llenaba su anhelo de compañía más de lo que podía imaginar. Por otra parte, era complicada: ¿cómo complacerla? ¿qué quería en verdad? Le entraron dudas acerca de ella, tomó muy en serio palabras sin importancia y empezó a sentirse desdichado. La infelicidad habla un lenguaje elocuente e inequívoco, acaso no se entienda su causa pero no se puede no sentir el efecto: algo marcha mal. Se evade del asteroide, se escapa de sí mismo.
El viaje ocupará su atención y despertará su curiosidad con preguntas sobre las nuevas realidades que encuentra. Nada sin embargo es comparable a su flor: tan bella, llena de intriga, encantadora. Pero eso también lo afirma en la convicción del valor de lo que tiene en su casa, del valor de su existencia. Ahora comprendemos la crisis: encontrar 5.000 rosas le produce una depreciación de su tesoro pero no le ocurre como a cualquiera que sale de un error en el que estaba. Quien descubre su equivocación rectifica y se alegra con la verdad que ve más claramente, él llora porque lo que ha perdido valor es la flor que ama (y no lo sabe). Él no ha dejado de amarla, de allí el dolor y la desdicha.
¿Cuál es la diferencia entre la relación de amistad y la relación esponsal?
Tenemos ahora los elementos para establecer la diferencia entre los dos tipos de domesticación: la que crea un vínculo de amistad; la que corresponde al amor esponsal. Amigos son el zorro y el aviador; la rosa es amada. Lo primero que nos señala la variación es el símbolo mismo: las amistades se han dado en la tierra; el amor esponsal en el asteroide. es allí a donde llegó la rosa y donde permanece. Tanto una amistad como el amor esponsal suponen un vínculo: un trato y una relación personal que da lugar a una nueva unidad: un nosotros. Porque se comparte la vida, no porque desaparezca el yo o el tú. Pero mientras en la amistad esa realidad nueva no exige mantenerse siempre, el amor esponsal nace para perdurar. Ha de ser a una sola persona puesto que comporta una donación completa. Los amigos tienen proyectos en común; los amantes tienen un solo proyecto: cada uno ha entrado en el proyecto del otro; ambos se piensan en el nosotros. Estamos en el núcleo de la persona. Los amigos comparten el tiempo y las actividades, se da el mutuo aprecio, la comunicación de la intimidad. Tarde o temprano, sin embargo, cada uno volverá a su lugar de pertenencia o adonde los lleve su misión en la vida. Si la amistad se extiende a toda la vida, es un don verdaderamente excepcional. Y, cuando se separen, el vínculo dejará una grata huella constante en su memoria.
El amor esponsal es diferente, atañe a esa llamada de cada uno, por ello el nosotros que funda tiene una consistencia decisiva: te seguiré adonde vayas, dice la amada; estaré siempre contigo, dice el amante. Hay una compañía constante, atención y cuidado. Incluso en la incomprensión o en esa perplejidad que se mantiene siempre ante el otro: hay una adhesión incondicional a la persona. Se quieren. Pronto se aprende, como el principito, que importa más lo que la persona es y hace que lo que pueda o no decir.
Se crean lazos que transforman a la persona aunque todavía no se haya caído en cuenta. A la distancia, con la experiencia de los diversos encuentros se le ha hecho patente su propio cambio: él amaba a la rosa, ella ocupaba ahora el centro: tenía que volver.
Al despedirse, el zorro le dará tres sabios consejos. Descubre así: la fidelidad, que al amor corresponde un amar siempre de nuevo. Porque nuestro amor, que es un modo de nuestra vida misma, se realiza en el tiempo y depende de nuestra libertad. Cada día hemos de retomar la respuesta de amor como cada día hemos de actuar la propia vida. Esa fidelidad corresponde también a su modo a la amistad: el zorro ganará con el recuerdo del principito, que además dará sentido a los campos de trigo; el aviador verá reír a las estrellas en el cielo. Han aprendido a ver con el corazón.
¿Por qué cuando se crean vínculos verdaderos se produce una síntesis afectiva que puede otorgar sentido a las cosas?
De las sentencias del libro, la más citada –en afiches, tarjetas, calendarios- es: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible para los ojos. Con astucia de maestro, el zorro envía al principito a ver de nuevo las rosas y dice que eran bellas pero vacías, no han sido objeto de trato especial, ahora comprende la singularidad de la suya. “Es el tiempo que tú has perdido con tu rosa…” Es tiempo hecho de atención, cuenta la vida vivida, no imaginada. Hemos puesto nuestra persona en aquella a quien contemplamos. A la que procuramos ayudar para que conserve su integridad, para que esté mejor. Encierra una contraposición con esos personajes disminuidos que encontró. En la condición que han asumido, nadie puede llegar a ser alguien para ellos. Se trata de una mirada capaz de abrirse a la realidad de la persona. Y como fruto de ese crear vínculos se produce una síntesis afectiva que otorga sentido a las cosas, incluso aquellas que nos resultaban por su naturaleza ajenas. Al zorro no podían decirle nada los campos de trigo porque él no come trigo. Ahora tiene la imagen de sus cabellos rubios cuando el viento mece las espigas doradas. Solo se ve bien con el espíritu.
Es importante que veamos el alcance de la síntesis afectiva. Se trata de la reunión de los datos dispersos de la experiencia, que cobran un sentido nuevo para la persona. Lo que ha encontrado en su pequeño mundo inmediato, es en un primer momento desconcertante, lo hace replegarse para preguntar después en busca de comprensión. O la apabulla con su figura y no sabe qué hacer ante aquella presencia prodigiosa. En todos los casos, ha de iniciar un proceso de domesticación para que se pueda revelar el significado y valor de lo hallado. Todo lo que domesticamos nos resulta importante, adquiere en nosotros el peso que corresponde a su ser. Al mismo tiempo, confiere sentido al entorno y es aquí donde se efectúa la síntesis: aquellos elementos variados se integran en una misma expresión simbólica. Pertenecen a la persona domesticada como mundo suyo o como entorno inmediato que la enmarca y la representa. En una de aquellas estrellas está la rosa. “Las estrellas son bellas a causa de una rosa que no se ve”. Lazos invisibles unen las cosas y nos hacen familiar, propia su realidad. Es una síntesis concreta en el corazón de la persona. Tiene su componente intelectivo: la inteligencia lee el símbolo. Corresponde a una experiencia en la cual se alcanzó algo valioso, no en el ámbito de lo que utilizamos como instrumento sino en el nivel de lo más personal, aquello que otorga valor pleno a la vida. Es el descubrimiento del valor de algo real que se integra en un mundo coherente y significativo.
Una existencia abierta
Antes de su encuentro con el zorro el principito tenía prisa: tenía que hacer amigos y conocer muchas cosas. El zorro lo trae a la verdad esencial: solo se conoce lo que se ha domesticado. Ahora sabe que lo que realmente importa puede ser encontrado en una rosa o un poco de agua.
Los adultos buscan acumular cosas y lo clave se les escapa. Bajo todas nuestras empresas está un mismo anhelo de felicidad, de plenitud. La vida nos lleva de acá para allá y son muchas las cosas en las que hemos de ocuparnos, sin embargo, cabe en tales empeños permanecer fieles al anhelo de ese niño que habita en nosotros cuando tenemos conciencia del verdadero sentido de las cosas, que acoge aún la realidad entera como un don, y maravillado, es capaz de ver su valor y su promesa.
Tendremos una existencia abierta, cuando el yo se trascienda en el don de sí mismo en el amor y la amistad, solamente entonces seremos felices y podremos vivir y morir en paz, porque lo que da un sentido a una vida da un sentido a su muerte.
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Por: Vicencio González
Fuente: La existencia abierta. Rafael Tomás Caldera