¿DEBO DECIR TODO A MI PAREJA?
¿DEBO DECIR TODO A MI PAREJA?
Una noche en una fiesta, la libido se te sube por las nubes, el alcohol te corre por las venas como un caballo desbocado y terminas ligando con alguien. A la mañana siguiente te despierta un mensaje del celular de tu pareja dándote los buenos días y recordándote lo mucho que te quiere. ¿Qué debes hacer? ¿Debo decir todo a mi pareja? ¿No contar algo es mentir? ¿La mentira es siempre inmoral? ¿Puede una mentira ser correcta si conlleva consecuencias positivas para todos los afectados?
Si estás hecho un mar de dudas, puedes consultar a los filósofos que reflexionaron sobre el tema. Escucha y luego elige: la responsabilidad es tuya; las consecuencias, también. Entenderlo bien es clave para un escritor.
LOS CUERNOS Y EL DEBER
Empecemos por Kant (1724-1804) uno de los grandes filósofos. Fue un gran defensor de la Ilustración, que para él consistía en la voluntad de dejar de ser tutelado por autoridades y atreverse a pensar por uno mismo.
Te diría: tienes que cumplir con tu deber, has de hacer lo correcto, incluso cuando las consecuencias vayan en contra de tu felicidad o la de la persona a la que amas. No intentes convencerte de que evitar el dolor de tu pareja lo justifica, es un autoengaño para mantener la conciencia tranquila. A continuación, su respuesta sobre cómo actuar en este caso concreto: ¿Debo decir todo a mi pareja?
Kant desarrolló una fórmula para establecer los principios que deberían guiar nuestra conducta con el fin de que este mundo fuera mejor. La llamó «imperativo categórico», porque los deberes morales tienen forma de un mandato que nos obliga a todos sin excepción. La clave para saber cuáles son está en la universalización: si lo que pretendes hacer puede llegar a ser un deber para cualquier persona en las mismas circunstancias, habrás descubierto por ti mismo qué tienes que hacer. No necesitas consultar ningún código ético, sino ejercitar la razón hasta poder decir: «Ojalá todos en estas mismas circunstancias actuasen como voy a hacerlo yo». La mentira, por ejemplo, no puede ser nunca buena porque nadie puede desear que los demás le engañen.
Aplícalo al caso y responde estas preguntas: ¿desearías que tu pareja te fuese infiel? ¿Que te ocultase su infidelidad? ¿Crees que un mundo en el que todos mintiéramos sería mejor? Si tu respuesta ha sido negativa, entonces tu deber es invitar a tu pareja a tomar algo, mirarle a los ojos y contarle lo ocurrido. No hace falta que te pases: el imperativo no te obliga a relatar todos los pormenores. Los dos van a sufrir y la relación quedará dañada pero recuperarás la dignidad y podrás mirarte en paz al espejo porque has actuado como un ser racional y autónomo.
TUS CUERNOS Y UN ASESINO EN TU PUERTA
¡Espera! No te lances sin más a aplicar el imperativo con tu pareja; puede que Kant estuviese equivocado. Los críticos de sus ideas éticas proponen un caso en el que se hace muy difícil la aplicación del imperativo. Imagina que un amigo llama a la puerta de tu casa y te pide que lo escondas porque un asesino le está dando caza. No dudas de que tu deber es dejar que se refugie allí. Pero, de repente, llaman de nuevo y te encuentras frente al asesino, que porta un arma y te pregunta si se encuentra en la casa. ¿Debes decir la verdad? ¿Qué es lo correcto?
La fuerza de este dilema está en el hecho de que, según nuestro sentido común, lo correcto es pasarse el imperativo por el arco del triunfo. Kant considera que: si digo la verdad y mi amigo muere, la responsabilidad no sería mía, sino del asesino. Yo he cumplido con mi deber moral, no sería culpable de esa muerte. En cambio, si mintiese al asesino y éste se escondiese a la espera de que mi amigo saliese para matarlo, esa muerte recaería sobre mi conciencia.
MENTIR NO SIEMPRE ESTÁ MAL
La filósofa Elizabeth Anscombe (1919-2001) coincide con Kant en que existen normas morales universales. En 1956 se opuso públicamente a la decisión de la Universidad de Oxford, en la que ella había estudiado, de conceder el título de doctor honoris causa a Harry Truman, por la responsabilidad de éste en el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima. Afirmó que Truman era un asesino por esas decisiones: «que los hombres decidan matar a inocentes como medio para sus fines […] es un asesinato», aunque las consecuencias sean tan positivas como el final de una guerra.
A pesar de ello, no coincidía con Kant en que decir siempre la verdad fuera una de esas normas morales absolutas. Propone realizar el siguiente experimento: oblígate durante un solo día a decir siempre y sin excepción la verdad. No te permitas ni una mentira piadosa. Lo más probable es que al final del día te hayas convertido en una persona insensible y maleducada. Para Elizabeth, la regla de «no mentir» no es un imperativo categórico porque no es universalizable. En lugar de empezar cuestionándote qué debes hacer, considera que comiences preguntándote qué es una buena persona y qué cosas hacen que alguien lo sea. Identifica a alguien en concreto a quien consideres una buena persona y pregúntate cuáles son los rasgos que la convierten en buena, seguidamente, cuestiónate si el uso de la mentira en tu situación es coherente con esas cualidades.
LO IMPORTANTE ES APRENDER A RAZONAR
Sócrates (470-399 a. C.) fue un gran defensor de la justicia, murió por defender la verdad, y no opinaba que decir siempre la verdad fuese algo bueno. En una conversación con su amigo Eutidemo le preguntó si engañar es algo malo; le contestó que por supuesto que sí. Entonces, le planteó el siguiente caso: imagina que tienes un amigo tan deprimido que es posible que intente suicidarse. Si le escondiésemos su cuchillo para evitar esto, ¿acaso no le estaríamos mintiendo? Y, en esta situación, ¿qué es lo correcto: engañar o no? Sócrates, a través de una serie de preguntas, demuestra que no hay recetas fáciles que nos indiquen qué es lo correcto. No está defendiendo la mentira, sino la necesidad de razonar. La mayoría de nosotros vamos por la vida como controlados por un piloto automático, dando por hecho que nuestras opiniones sobre lo que está bien y lo que está mal son correctas. Pero si queremos acertar debemos dedicar tiempo a indagar sobre la justicia.
Sócrates te preguntaría: ¿cómo vas a practicar la justicia si no la conoces? ¿Se puede ejercer de médico sin saber nada de medicina? Una sociedad sólo puede ser justa si sus ciudadanos lo son, y éstos únicamente pueden llegar a serlo si practican la virtud. Esta no consiste en memorizar una serie de normas y aplicarlas mecánicamente, sino en aprender a razonar qué es lo correcto en cada circunstancia concreta. Se trata de aprender a cómo pensar, no qué pensar.
Sobre el caso, Sócrates consideraría que eres un ignorante porque te equivocaste al resolver un problema ético igual que uno de matemáticas. Tu falta de conocimiento de la justicia hizo que te equivocases al elegir: optaste por un placer pasajero en vez de ser fiel a un compromiso al que te ligaste libremente. Reflexiona sobre lo que haría una persona justa porque la injusticia daña el alma de tal manera que quien la comete siempre pierde más de lo que gana. Sobre si decirlo todo o no: En el caso del hombre deprimido, la persona justa usaría el engaño porque busca salvar la vida de su amigo. En el caso de tus cuernos, ¿qué buscas: salvar a tu pareja o salvarte a ti?
LOS CUERNOS Y LA FELICIDAD
Consultemos a Jeremy Bentham (1748-1832), padre del utilitarismo. El filósofo te propone una sencilla regla para que descubras por ti mismo qué es lo correcto en este asunto. Se trata de lo que él llamó el «principio de utilidad»: si quieres hacer el bien, deberás llevar a cabo la acción que aumente la felicidad de la mayoría de los afectados. Hay que tener en cuenta dos condiciones: que la felicidad de cada uno vale lo mismo que la de cualquier otro y que debes entender la felicidad como el aumento del placer o la disminución del dolor de las personas afectadas por dicha acción.
Bentham diseñó una especie de algoritmo que calcula el grado de felicidad de una acción y, por tanto, su moralidad. El cálculo sólo tiene en cuenta valores cuantitativos como la duración o la intensidad, ya que para él no hay diferencia cualitativa entre placeres. El placer que te aporta la amistad y el que te genera una buena comida es esencialmente el mismo. Si lo aplicamos al caso: no tienes que decirle nada a tu pareja. Olvídate de todo, sé feliz y haz feliz a los demás. Si hablas, lo único que conseguirás es aumentar el sufrimiento. La mentira no es mala en sí misma: su maldad o su bondad dependen de las consecuencias que genere.
Te aconsejaría que reflexionases sobre lo que ha pasado, que intentes controlar tus apetitos y cultivar placeres que te hagan mejor persona. La próxima vez, haz deporte, lee y mantén tu libido limitada a tu pareja.
TRANVÍAS Y GORDOS
Hay críticos de este cálculo de la felicidad. La filósofa estadounidense Judith Thomson formuló este dilema: imagina un tranvía desbocado y sin frenos que se dirige hacia cinco obreros que están trabajando en la vía. Te encuentras en un puente, no puedes avisarles ni tampoco puedes parar el vehículo, pero sí puedes accionar una palanca que lo desviará hacia otra vía en la que se encuentra un único trabajador. Como eres un experto en este tipo de vehículos, enseguida te das cuenta de que sólo hay una forma de detenerlo: empujando a un hombre gordo que está a tu lado para que caiga sobre la palanca. Él morirá, pero al menos los cinco trabajadores salvarán sus vidas.
¿Empujarías a ese hombre? En esta circunstancia, el principio de utilidad se tambalea. Nuestro sentido común nos dice que es inmoral disponer de la vida de un hombre para salvar la de cinco.
Estos dilemas te ponen más difícil aplicar el principio de utilidad a la ligera. No está probado que una acción sea buena si las consecuencias para la mayoría de los afectados son positivas. No deberías estar tan seguro de que mentir a tu pareja sea lo correcto simplemente porque parece lo mejor para todos. ¿Imperativo o principio de utilidad? ¿Deber o felicidad? Te toca a ti elegir.
Fuentes: Filosofía a la mano. Eduardo Infante. Dilemas y situaciones de hoy. Gregorio Luri