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Ante el sufrimiento: Jesús y Buda

Buda a los 29 años vio el sufrimiento y la muerte hasta en los más poderosos, abandonó su palacio y partió en busca de una verdad más elevada y una forma de liberarse de la condición humana a través de los niveles más altos de conciencia. Alcanzó la iluminación o conocimiento supremo a través de la meditación.

Enseñó que hay una diferencia fundamental entre Creer (enseñanzas, tradiciones) y Conocer, término exclusivamente reservado para la experiencia directa o contacto consciente con el conocimiento y que permite transmutar las dudas en conocimiento. «Ante una enfermedad, cuando un conocimiento se enfrenta a una creencia, el conocimiento siempre triunfa».

También que «El hombre se identifica erróneamente con su pseudoalma (el ego), pero cuando logra traspasar ese falso sentido de identidad a su verdadero ser, el alma inmortal, descubre que todo dolor es irreal y sale del estado de sufrimiento».

Nuevo paradigma de Verdad

Estamos convencidos de que los sufrimientos que sentimos son reales y esas afirmaciones de Buda nos lucen incomprensibles. Para intentar comprenderlas es preciso desprenderse primero de algunas ideas que tenemos firmemente arraigadas, solo así adquiriremos la perspectiva necesaria.

Los grandes avances de la ciencia nos han llevado a aceptar como única verdad la científica y a poner entre paréntesis las verdades del mundo del espíritu. Si se asume que toda la realidad es material y la inteligencia un producto del cerebro es imposible explicar el paso del plano de la actividad fisiológica -cadenas químicas, reacciones hormonales- que están detrás de la producción de determinados resultados corporales al plano de la comprensión de lo que ocurre.

El científico que escribe sobre los procesos cerebrales no lo hace en virtud de una función del primer plano sino por su inteligencia. Aunque la posición de las letras en una palabra es una combinación material, ello no produce el sentido: solo lo vehicula. El sentido organiza las palabras para formar la proposición.

Hallazgos de Buda

Buda descubrió la forma de salir de sí mismo, de separar el espíritu del cuerpo hasta convertirse en un espectador de su cuerpo y lo expuso así: «Tú no sufres, sólo sufre la persona que imaginas que eres. Tú no puedes sufrir». Aquí se refiere a tu verdadero ser, a esa parte de ti que es distinta a tu ego-cuerpo.

Vamos a tomar como ejemplo el sufrimiento más común, el dolor. Supongamos que padeces un fuerte dolor de cabeza y que no estás dispuesto a que ningún swami te diga que no es real o que sólo es tu imaginación. Tienes todo el derecho a adoptar esa actitud pero consideremos por un momento qué pasaría si fueras capaz de distanciarte del sufrimiento.

Buda descubrió que si pones debida atención al dolor puedes identificar su localización precisa, describir sus características de tamaño y forma. Si te concentras durante el tiempo suficiente podrás llevar el dolor de un sitio a otro en tu cabeza. Una vez conseguida esa movilidad, tendrás la certeza de que eres capaz de sacarlo de tu cabeza y eliminar el sufrimiento desvinculándote por completo de esa experiencia dolorosa.

A Buda le preguntaron cuál era la frase que siempre podía recordar y utilizar cuando sentía dolor y respondió: «Recuerda esto y nunca volverás a sufrir. No se ha de adjudicar nada al “mi” o al “mío”. Si repites las siguientes palabras con el suficiente convencimiento, podrás dejar de identificarte equivocadamente con tu pseudoalma: «De vez en cuando me compadezco de mí mismo, mientras tanto mi alma es guiada por los grandes vientos celestiales».

Jesucristo

Jesús nació en un establo rodeado de mulas y bueyes y vivió pobre y murió con los dolores extremos de un crucificado. Liberó del sufrimiento a miles de enfermos y enseñó con el ejemplo de su vida y de palabra que el dolor y el sufrimiento es parte importante de nuestra vida, que no es algo malo en sí mismo y que tiene un sentido que debemos descubrir.

No enseñó directamente cómo quitar el dolor y el sufrimiento pero sí cómo lograr que no nos pese, a encontrar en él algo que nos haga mejores y más felices:  «Vengan a mí todos los que están agobiados y cargados, y yo los aliviaré. Aprendan de mí y hallarán descanso para sus almas»

La madre Teresa de Calcuta tomó como norte de su vida dedicarse a atender a los más pobres y enfermos, buscó encarnar en su vida las palabras de Jesús “lo que hagan por uno de ellos lo estarán haciendo por mi”; y “porque cuando estuve enfermo me fuiste a visitar”

Cuando le preguntaron si no le repugnaba atender a pobres y enfermos con llagas supurando y malolientes contestaba sin dudarlo que veía a Jesús en cada uno de ellos y era entonces un gran gozo poder curar a Jesús que estaba necesitando de ella.

La madre Teresa no sintió una experiencia espiritual y física de gran impacto similar a la fuerza que salía de Jesús para curar todas las enfermedades sino una transformación en su corazón, que lo ensanchó para que Él y sus enseñanzas vivieran de forma real y permanente en ella. Entonces se derrumbaron esas barreras interiores hacia los demás que hemos permitido que se instalen dentro de nosotros.

¿Cuál es el sentido cristiano del dolor y el sufrimiento?

La mayoría de nosotros nos hemos hecho esta pregunta ante situaciones dolorosas personales o en nuestro entorno familiar. Tiene sentido desde el punto de vista de la nueva vida a que va a dar lugar: una persona mejor, purificada por el sufrimiento. No tiene sentido por sí solo, como si renunciar a la propia vida fuera, sin más, algo bueno; una actitud estoica no es solución y menos una masoquista.

Tiene sentido si es vivificadora. Reconocemos zonas de nosotros mismos que nos quitan vida, nos alienan, que crean división en nuestro interior y alrededor porque son tendencias enfermas, torcidas o heridas que deben ser sanadas por el espíritu. Una vida puramente carnal no es quizá la de un cuerpo salvaje que pisotea a un alma inocente como la de un alma frívola que con sus malas acciones desordena y corrompe su propia humanidad, explotando y desfigurando no solo su cuerpo sino toda su interioridad.

Su valor no está en el dolor considerado en sí mismo sino en el deseo de liberar el corazón de todo lo que lo encadena; en la aspiración a una vida más ligera, más luminosa, más entera que irradie sencillez y alegría. Descubrimos bajos fondos de malicia y liberarse y ayudar a otros a liberarse no es posible sin renuncia. Abrir el corazón puede doler como sucede cuando se recupera el flujo sanguíneo en un miembro entumecido por el frío: puede costar pero es necesario.

Jesús nos dio una esperanza con fundamento: somos felices cuando contemplamos la belleza, Jesús prometió que en la vida futura toda la luz, los colores y la belleza se volcarán en nuestra alma, conoceremos todas las cosas y tendremos una felicidad infinita para siempre.

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