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¿Cuál es hoy «la visión del feminismo y del género»?

¿Cuál es hoy «la visión del feminismo y del género»?

Es difícil definirla, sin embargo, es posible condensar las corrientes prominentes que hoy dan forma y dirigen el pensamiento y la práctica, particularmente a nivel popular. Si bien estas corrientes comparten supuestos fundamentales, también tienen tensiones dentro y entre ellas. El paradigma de género no es una visión coherente del mundo, está plagado de contradicciones internas. Es necesario exponerlo para comprender en qué se diferencia del pensamiento no feminista extremo que sigue inspirando a un porcentaje importante de esta población. Solo a partir de una comprensión de ambas visiones es posible extraer las gemas más valiosas del pensamiento y la praxis de ambas.

Profundas incoherencias

El concepto de performatividad, no se alinea con la narrativa transgénero de tener una esencia de género que está en el cuerpo equivocado. Un hombre que se identifica como trans podría afirmar que es «realmente» una mujer, que su sentido interno de género es más real que su sexo físico.

El nuevo concepto de interseccionalidad  busca adaptar las ideas de Butler a la realidad transgénero, y también expandir su retórica desde el enfoque de las identidades queer para incluir guiños superficiales a otros factores de identidad marginadores, como la raza y la discapacidad. Este concepto llevó a un cambio en la teoría feminista y de género en su conjunto en la cuarta ola hasta el punto de reclamar el trono de la teoría.

Fue acuñado en 1989 por la teórica feminista negra Kimberlé Crenshaw buscando una brecha potencial en la ley antidiscriminatoria de EEUU. La raza y el sexo son clases protegidas pero la ley no reconoce formas de discriminación que surgen cuando una persona ocupa más de una categoría: una mujer negra podría experimentar una doble forma de discriminación relacionada con su ubicación en la «intersección» de la raza y el sexo, una ubicación que es distinta de la de un hombre negro o una mujer blanca.

El análisis feminista debe reflejar las circunstancias multifacéticas de las mujeres que en sus comienzos giró en torno a las mujeres blancas de clase media y alta, lo que ha sido un problema para el movimiento históricamente. La segunda ola estalló en respuesta a la sombría descripción de la infelicidad de las amas de casa de la clase media estadounidense que se hizo en The feminine mystique. La interseccionalidad además tiene el potencial de añadir al villano del patriarcado difuso estas otras fuerzas de opresión aún más omnipresentes para transformarlo en el archienemigo del heteropatriarcado masculino blanco, con lo que se garantiza que las mujeres estén siempre y en todas partes en desventaja en relación con los hombres.

Se borra la dimensión de lo universal así como de lo individual, ya no podemos apelar a una naturaleza humana compartida que es intrínseca e intercultural; tampoco dirigir nuestra atención al individuo sino a las personas a través de la lente de las categorías identitarias para discernir su valor. Los seres humanos son definidos o «constituidos» por su posición en la red de fuerzas entrelazadas de la opresión.

En 1930 la búsqueda de la feminidad implicaba la adopción del papel procreativo femenino, en la década de 1950 se había convertido simplemente en una cuestión de remodelar la apariencia de una persona y ahora esto. ¿Qué hay detrás de estos cambios conceptuales? ¿Qué se desarrolló en esas décadas intermedias? La normalización generalizada de la anticoncepción.

«Sin dioses, no hay amos»

Las primeras feministas no fueron partidarias de la anticoncepción, si bien abogaban por la «maternidad voluntaria» el mecanismo era la abstinencia periódica: el derecho de las mujeres a decir no al sexo, incluso en el contexto del matrimonio. Esto hizo que la responsabilidad de la planificación familiar recayera tanto en el hombre como en la mujer: a las mujeres se les daría protección legal contra la violación marital y a los hombres se les pediría que frenaran sus deseos en aras de regular los nacimientos. De hecho, veían la anticoncepción como algo que beneficiaría a los hombres más que a las mujeres, permitiendo a los hombres más libertad sexual una vez liberados de la perspectiva de engendrar un hijo. Ubicaron la fuente de la opresión femenina en fuerzas sociales externas, particularmente en el sistema legal.

Una activista, Margaret Sanger, vio que estaban equivocadas, los cambios por los que luchaban no harán que las mujeres sean libres porque no están oprimidas por los hombres o las malas leyes sino por sus propios cuerpos: En su libro La mujer y la nueva raza publicado en 1920 afirma: «El error de la mujer y su deuda. ¿El error? Tener demasiados bebés, ¿la deuda? Debe rehacer el mundo liberándose de las cadenas de su fertilidad». La fecundidad femenina se convierte así en el chivo expiatorio de la opresión de la mujer.

El movimiento por el control de la natalidad en Estados Unidos, fundado por Sanger era muy eugenista, en última instancia no busca el bienestar de las mujeres individuales, aunque era parte de su proyecto, su objetivo final es purgar la tierra de «vidas sin sentido y sin rumbo que no hacen nada para hacer avanzar la raza». Fueron ideas controversiales en su momento y ofensivas para la mayoría de los oídos hoy pero su visión del control de la natalidad como una panacea global se ha vuelto incuestionable.

En 1916 abrió la primera clínica y en 1920 fundó la Liga Americana de Control de la Natalidad que se convertiría en Planned Parenthood. La anticoncepción estaba fácilmente disponible, aunque estaba prohibida. Popularizó el término «control de la natalidad» que se instaló en el lenguaje popular. En 1950, Sanger colaboró con Katharine McCormick y Gregory Pincus para desarrollar la primera píldora anticonceptiva que fue aprobada por la FDA en 1957.

Montaña rusa emocional

Leer los escritos de Sanger es una especie de montaña rusa emocional. Por un lado expone problemas sociales muy reales como las miles de mujeres que se vieron obligadas a buscar abortos ilegales y tiene razón al criticar a la sociedad que lo causó por la tiranía y opresión instalada. Sin embargo, su análisis es sesgado culpando a los cuerpos de las mujeres y deshumanizando a los seres humanos que no «hacen avanzar la raza». Su éxito se debió a que esta perspectiva estaba en sintonía con la narrativa progresista triunfalista de su época de que el camino hacia la utopía está pavimentado por los avances de la ciencia, la tecnología y la continua conquista de la naturaleza.

Todas las religiones axiales y las antiguas escuelas filosóficas como el estoicismo y el confucianismo afirman la necesidad de regular el deseo para vivir de acuerdo con la naturaleza, tanto con nuestros cuerpos como con toda la creación. El progresismo ilustrado, por el contrario, objetiva la naturaleza como una fuerza a ser controlada y el control es la piedra angular de la ideología de Sanger, pero no control sobre nuestras pasiones y deseos destructivos sino el control sobre la biología. Su visión es una inversión de la sabiduría antigua: en lugar de frenar nuestras emociones para vivir en armonía con la naturaleza, la retorcemos para poder darles rienda suelta.

Como vimos, De Beauvoir tomó muchos de los puntos de vista de Sanger, atrayéndolos a un marco existencialista más sofisticado e influyó en Friedan, la arquitecta de la segunda ola con lo que se forjó una alianza inquebrantable entre la ideología del control y el movimiento feminista.

En el lapso de pocas décadas Sanger provocó una revolución, un cambio impactante en las costumbres y la cultura. Cuando comenzó su trabajo abogando por el control de la natalidad fue vista como una radical. Sus puntos de vista estaban en desacuerdo con la sociedad de su época, incluso con la mayoría de las feministas. Al final de su vida, esos puntos de vista se habían convertido en estándar, incluso respetables, en la sociedad en general, y totalmente aceptados por las feministas de la segunda ola. Desde la década de 1960 en adelante, las feministas han seguido los pasos de Sanger y de Beauvoir, ubicando la opresión de las mujeres en su biología y abogando por una visión de la «salud» que patologiza la fertilidad femenina.

Patologizando la feminidad

El golpe cultural de Sanger fue exitoso porque fue capaz de poner a los médicos de su lado. El control de la natalidad fue rebautizado como «salud reproductiva», una asociación que no ha hecho más que fortalecerse con el tiempo. Piense en la abreviatura común de la anticoncepción hormonal: «la píldora», sin necesidad de más detalles, como un remedio mágico singular que las mujeres necesitan para garantizar la salud y la libertad.

¿Un «trastorno» que requiere intervención médica? Los cuerpos femeninos sanos son fértiles, ¿no es esa la función normal del cuerpo de una mujer? Hay una suposición inquietante en juego aquí, que subyace a la designación de la píldora como la clave de la salud: para estar «sanas» y «libres» deben funcionar, biológicamente hablando, como los hombres, es decir ser infértiles. Paradójicamente, este punto de vista se ha arraigado en nuestra cultura. El acceso al control de la natalidad y al aborto son casi sinónimos de «salud reproductiva», un término inteligente que suena a favor de la mujer, pero que en realidad patologiza las realidades biológicas naturales que son exclusivas de las mujeres, a saber, la fertilidad, el embarazo y el parto.

El término «salud» tiene dos raíces etimológicas: una que significa «integridad» y otra que significa «sagrado». La salud es plenitud cuando el orden y la armonía del cuerpo están en buenas condiciones de funcionamiento. El trabajo de curación es entonces una restauración de la totalidad de los procesos naturales del cuerpo. La visión alterna de la salud de la mujer ve la fisiología femenina en términos de integridad en lugar de patología y trabaja con, no en contra, del orden natural del cuerpo femenino.

Esta perspectiva está en contradicción tanto con el feminismo convencional como con el establishment médico, que han abrazado el paradigma de la patología. Los anticonceptivos más utilizados como las hormonas sintéticas y/o un dispositivo intrauterino (DIU), actúan interrumpiendo las funciones normales del sistema reproductivo de la mujer y provocando un mal funcionamiento con el fin de prevenir el embarazo. Como es de esperar, la alteración de un sistema de órganos puede alterar el equilibrio de todo el organismo, lo que conduce a un mayor riesgo de enfermedades graves.

Esta visión de la salud de la mujer y la planificación familiar conllevaría que los médicos y las propias mujeres conozcan más sobre la fertilidad y utilicen métodos que trabajen en armonía con el cuerpo de la mujer en lugar de contra él. Es un enfoque positivo que no ve el cuerpo de una mujer como una amenaza para su libertad y felicidad, sino más bien como algo bueno, digno de una comprensión y un respeto más profundos.

En desacuerdo con la realidad

El uso endémico de anticonceptivos hormonales puede no ser bueno para la salud de las mujeres, pero ¿es bueno para la sociedad? Ahora la mayoría de las mujeres viven en un estado de disonancia permanente: la imaginación cultural compartida, así como las normas y expectativas moldeadas por esa comprensión, están en desacuerdo con la realidad. Ahora pensamos en el sexo como una actividad recreativa, en lugar de procreativa, la conexión entre el sexo y la posibilidad de una nueva vida ha sido cortada porque muchas mujeres se piensan a sí mismas como seres estériles. El embarazo se ve como un percance sexual, un caso de sexo que salió mal, en lugar del resultado mismo que la relación sexual está diseñada para provocar. El potencial procreativo del sexo se ve como un interruptor que se puede accionar, si se desea, pero cuya configuración predeterminada es «apagado».

El paradigma de género

En primer lugar no somos seres creados, somos producto de las fuerzas del azar. Una negación de un Dios creador conduce a una negación de la naturaleza. «Naturaleza» no se refiere al mundo natural de las plantas y los animales, sino más bien a la «naturaleza humana», la noción de que algunos aspectos de la identidad humana son presociales e intrínsecos, influenciados por fuerzas sociales, sí, pero no totalmente creados por ellas.

La realidad, el género, el sexo, incluso la verdad, se construye socialmente: Debido a que el sentido de los seres está conectado con la naturaleza, para lo que estamos destinados está conectado con lo que somos. La libertad ya no significa ser libre para vivir en armonía con nuestra naturaleza, para realizar nuestro potencial inherente; la libertad es simplemente la búsqueda de una elección sin restricciones, empujando sin cesar los límites y las normas. Esto lleva a otra consecuencia: la denigración del cuerpo, porque el cuerpo mismo es un límite. La realidad concreta del cuerpo y de la diferencia sexual pone un límite a la elección, un límite a la construcción social. El paradigma de género, entonces, en última instancia tiene una visión negativa de la corporeidad.

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