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DÍA DE LAS MADRES

DÍA DE LAS MADRES

Por: Carolina del Valle Silva

Y por fin se atrevería, pero ¿Qué iba a decirles? Había tomado la decisión:
no lo intentaría, solo lo haría. Ya había dado el primer paso; el siguiente sería
mañana. Mañana excavaría ese pequeño y precioso espacio de tiempo y lo haría.
Los domingos suelen ser apacibles en la casa. Lo primero es tratar de irse un
poco más temprano a la cama. Después de una larga lista de tareas tachadas y
otras que quedaron pendientes, al menos hoy, todos están sumamente agotados.
En la penumbra, de nuevo la ansiedad, el desasosiego, los cuestionamientos.
¿Será que los años se le vinieron encima para empezar esto? ¿Será que perdió la
perspectiva de la realidad? Y así el sueño fue instalándose suavemente en sus
párpados, hasta doblegar su mente inquieta.
Tres de la mañana: le matan las ganas de ir al baño, no quiere levantarse,
abandonar las sábanas calientitas. El atontamiento del sueño se va esfumando y
convirtiéndose en frustración. Avanza con los ojos entrecerrados, batallando para
no perder la somnolencia, ese bamboleo entre la consciencia y el sueño. Vuelve
rápidamente bajo las sábanas, pero ya es tarde. Su mente comienza a divagar:
cómo harían en la época de Cristo, si a María le hubiesen dado ganas en plena
madrugada. Tenía que levantarse de una estera, en puntillas. Salir afuera, en ese
frio. Atinar con el sitio que hacía de baño, en esa oscurana. Levantarse la túnica,
que debió ser hasta los tobillos y luego el manto, y agacharse con tres kilos de
lana cruda en las manos. Luego llegar hasta allí para asearse; y yo quejándome.
Pero ¡qué estoy haciendo! Pensando en todas estas tonterías. Pasan los minutos
y al final gana de nuevo el sueño.
*****

La mañana del tan esperado domingo, no levantarme tan temprano, imposible, ya
que todos, con un gran alboroto, me llaman. Son las 6:00 a.m., el tanque se está
botando, inundó el lavandero. Me paro conteniendo la irritación y voy a ver.
Mientras estoy de rodillas con la mitad de mi cuerpo metido en el agua, tratando
de parar el bote, le dejo mis saludos silenciosos a la madre del plomero; ese que
me habló y habló de válvulas, flotadores, multiconectores buenísimos y que la
termofusión es la madre de la tecnología en tanques, para terminar pagándole con
mis vacaciones. Y en todo este caos, seguía pensando. ¿Qué?, ¿Qué iba a
decirles? Es domingo, hacer mercado, revisar la lista de compras, tarjetas, bolsos
de tela, la moda es lo ecológico. Esperar el ascensor. Al llegar, las puertas van
abriendo muy lentamente. Yo me debería ir por las escaleras; mi yo pendejo:
espera a que termine de abrir y ¡pum! ¿Quién me va acompañar los siguientes

pisos? Mi queridísimo vecino, con su cara de vinagre piche y su discurso de jumbo
pack. En fin, me meto y qué pasó, el traste se pegó. Se tocaron todos los botones,
mi vecino se desgañitó pidiendo ayuda, que iba a morir; logré entreabrir un poco la
puerta. Estábamos a medio metro de P.B., solo a medio metro de la libertad, y yo
pensando en qué estaba pensando la madre de este para perturbar su existencia
de espermatozoide. A los cinco minutos, una eternidad, el trasto comenzó a
ascender y abrió en el último piso. Mi vecino atropelló a quien quiera que
estuviese allí y yo seguí su ejemplo, solo para no dar ninguna explicación, pues.
Auyamas, papas, pimentones, plátanos, arroz, café, detergente… Todo comprado.
Camino a casa, el rostro de su madre, su andar despacio, su cabecita cana, sus
ojos de bondad, la bendición diaria de tenerla aún a su lado. Vamos a misa, dice,
ya va a empezar, tú nunca tienes tiempo de ir a misa. Crear memorias, el tiempo
compartido, un regalo precioso a su edad. Entran a la iglesia, los recuerdos le
invaden, cuando en aquellos tan difíciles y duros tiempos los recibiera su ancha
puerta, como un abrazo de esperanza. Vinieron huyendo de la desesperación y
aquí encontraron un hogar. Me invade el olor dulce del incienso y la madera. Su
amplitud y sencillez. Su enorme cruz al final, en lo alto, iluminada por la luz natural
de exterior, resplandeciente en los días soleados, mudando a una sinfonía de
amarillos, azules y grises en los atardeceres o días lluviosos. El padre habla hoy
del miedo en solitario y el miedo compartido. No es casualidad sino causalidad.
Pero ¿qué voy a decir? De nuevo el temor me invade. Sin embargo, ahora sé que
el miedo es compartido; todos debemos decir algo.
Mi casa, dejar el mercado, las llamadas, los mensajes, el baño, el almuerzo-cena.
Todos van a lo suyo y yo, de repente, tengo ese pequeño y valioso espacio-
tiempo. Internet, las búsquedas… El cuento es una narración oral o escrita, ficticia,
corta. Lo importante es lo que le sucede al personaje. La serenidad y el sosiego
llegan lentamente. La imaginación se dispara. El personaje está listo para entrar
en acción, hay tantas cosas que le suceden… El lápiz no se detiene, se siente la
euforia y la alegría de escribir. Entrada la noche consigue el tan esperado final. Ha
nacido su primer cuento. La mente, la mente y sus jugarretas. Y ahora, ¿Qué
dirán? Pero eso es para otro cuento.

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