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El ático

El ático

Por: Carol Quintero

Despierto con su nombre en mis labios: Sarah.

Despierto sabiendo que ya no estás aquí, despierto, sabiendo que hace unos días estaba divirtiéndome contigo en el jardín y ahora estoy a punto de ir a tu funeral, despierto deseando nunca volver a despertar.

Las sábanas limpias, el piso reluciente, mi habitación impecable desde el lunes que lo limpiaste por última vez. Aún no puedo creer que no estés aquí. Todo paso tan repentino y sin amonestación.

Me levanto de mi cama de un solo tirón, entendiendo que estoy a punto de morir, ya que de por sí, ir a tu funeral es como ir al mío. Estoy siendo enterrada contigo. Una parte de mi quiere meterse en el ataúd a tu lado, pero la otra parte quiere seguir aquí muriendo poco a poco. Sí, es un dolor que, al parecer, me hago la fuerte por lidiar.

El piso es frío, como una helada mañana de Navidad. La única ropa negra que tengo en mi armario me la compraste tú, y eran precisamente para estas ocasiones: los funerales. Nunca pensé que usarías estas prendas para ir al tuyo.

Salgo de mi habitación y al primero que veo en la cocina es a mi padre, aún devastado por la terrible realidad. Cuando hace algunos pocos días eras tú la primera persona que veía cada mañana. Mi padre está junto a la estufa tratando de hacerme panqueques para aliviarme de alguna manera. Lo veo, me devuelve la mirada, pero lo curioso es que no rompo en llanto, sino que corro hacia él, en busca de un apoyo para resistir, ya que siento que no lo podré hacer durante el día.

—Lo siento —me dice con una voz rota.

—¿Tú lo sientes? digo, desgarrando el dolor de mi alma. Tú perdiste a tu alma gemela.

—Sí, lo sé…, pero tú perdiste a tu mejor amiga.

Siento como la fortaleza que tenía desde un principio se desmorona a medida que pasa el tiempo. Demonios, ¿por qué te fuiste? El peor sentimiento es darme cuenta de que ya no estás conmigo.

En el cementerio, veo cómo todos nuestros presentes te echan rosas afuera de tu ataúd. Por más que quiera, no puedo verte en ese estado; me conformaré solo con verte en mis recuerdos a lo largo de dieciséis años de mi vida. Quiero que mi último recuerdo tuyo sea sonriendo, no con los ojos cerrados, a punto de ser enterrada bajo montañas de arena.

Rozo la punta de mis dedos sobre la madera del ataúd, me inclino para darte un beso de despedida, no tienes ni la mayor idea de lo difícil que es despedirme de la persona que me dio la vida, de la persona que ha estado ahí para mí sin importar las condiciones, de mi mejor amiga.

Al regresar a casa, siento tu perdida mucho más, recuerdo todo lo que hemos pasado juntas, lo recuerdo todo. Mi padre solloza conmigo en el suelo, los latidos de ambos se juntan y se conforman en uno solo.

—Escucha. Sé que es difícil… —dice, con la voz tan quebrada posible, haciendo una pausa mientras se seca las lágrimas cuando caen por su mejilla—, pero tu madre en el hospital, con su último aliento me dio una llave y presiento que es del ático.

—¿Y para qué te la dio esa llave? —digo, casi sin aliento de tanto sollozar.

—No lo sé, me dijo que te la diera ti. Pasaba mucho tiempo en ese ático, ¿quién sabe? Tal vez, puedes encontrar algo interesante.

—Estoy dudosa de subir, ¿y si no hay nada? ¿Y si no encuentro algo interesante? ¿Y si me decepciono al ver algo que no debía ver?

—¿No crees que la única manera de averiguarlo es subiendo?

—Va. Dame la llave.

La puerta del ático desde que tengo memoria siempre ha permanecido cerrada, pasabas horas y horas ahí. ¿Quién sabe lo que me podría encontrar? Inserto la llave en la cerradura, la perilla esta tibia, supongo que antes de morir entraste por última vez a este cuarto, aun se puede observar los detalles de tus huellas dactilares. Hago un fuerte giro a la derecha para terminar con esto rápido y sin anestesia. Siento como me lanzo al vacío, sin ninguna manera de protegerme psicológicamente, ni físicamente.

Al entrar al ático que se suponía debía guardar cosas que no necesitáramos, me encuentro con lo que es una galería de arte para mis ojos; paredes llenas de fotos antiguas, cartas escritas a mano, retratos tuyos junto a tus libros favoritos, recuerdos familiares, reliquias pasadas de generación en generación… Ya entiendo porque querías que yo subiera aquí, querías que una parte de ti se quedara conmigo, dejarías todo guardado para que así de alguna manera estar contigo.

Me topo con lo que es un colgante, es una antigüedad pasada a través de los años; la adquirió mi bisabuela, mi abuela, tú y me lo dejaste para que lo conservara. Tiene un dije en forma de luna, la cual va encajada con un pequeño sol. Siempre me hablaron de este colgante, decías que había superado los más terribles momentos con él.

Te recuerdo. Recuerdo todo. Se me hunde el pecho. Siento un calor infernal que me invade de pies a cabeza. Tengo el colgante en la mano, me hecho en el suelo del ático, con las rodillas hasta el pecho, esta frío el piso, por un momento se me quita ese calor.

Cierro mis ojos una última vez, deseando volver a la imaginación contundente que tengo, donde estas ahí, junto a mí, todos los días de mi vida, a mi lado, un sueño en el que todavía sigues aquí.

… Y vuelvo a despertar, pero esta vez rodeada de tus brazos.

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