Alemania
Por: Yadira Nava
En una semana me voy a Alemania. Estoy tan feliz. Aunque estuve allá hace dos años y no me fue bien, esta vez espero grandes cosas. La alemana que vino en el intercambio este año es mucho más madura que la de la vez anterior. Es mayor que yo, tiene 19. Mi mamá y yo la complacimos en todo. Es vegetariana y mi madre le preparaba comida especial, solo para ella. La llevamos a Margarita a un resort de lujo y a pesar de la blancura de su piel disfrutó mucho del sol y del mar. Apenas llegamos de allá nos lo agradeció con mucho entusiasmo. Así que estoy segura que mi estancia en Alemania va a ser maravillosa. Voy a estar dos meses allá, inclusive estarán empezando las clases del próximo curso. Es mi último año en el colegio y mi viaje al país del idioma más importante del Humboldt me va a ayudar con la fluidez en el habla. Y es que cuando llegue voy a presentar el Abitur, la prueba más importante del idioma alemán en bachillerato. Seguro que me va ir muy bien, si hasta voy a estar en clases en el colegio de Silvia. Va a ser espléndido, soy la persona con mejor promedio del salón desde primer año hasta ahora, así que no me da miedo estar en un instituto alemán. Seguro que voy a brillar.
¡Qué sorprendente! No nos recibió la madre de Silvia. Resulta que ella vive es con su papá, la mamá está aparte. Para mí es raro, yo siempre he vivido con mi madre, no me imagino estar sin ella. Sin embargo, a mi alemana no parece importarle. También estoy extrañada de que aquí nadie me hace la comida. En mi casa la mujer de servicio o mi mamá preparan los desayunos, los almuerzos, todo. En esta casa hay solo comida congelada para hacer en el microondas. ¡Es horrible! Voy a llegar con unos cuantos kilos de menos a Venezuela si esto sigue así. Tendré que hablar con el padre de Silvia para solucionarlo.
En cuanto llegué me dieron una bicicleta para que me trasladara por la ciudad. Menos mal que Silvia me acompañó las primeras veces que recorrí el lugar. Si es que yo en Caracas nunca he agarrado un autobús, mi mamá me lleva a todas partes. Todavía no me acostumbro a andar sola por ahí, me asusta, esa sensación de libertad infinita es aterrorizante. Y además el frío es espantoso, el viento helado mientras ruedo la bicicleta, las manos congeladas. ¡Es horrible!
Hoy fuimos a visitar a la mamá de Silvia. ¡Qué alemana tan desagradable! Nos hizo la comida, pero se dedicó a hacer comentarios espantosos acerca de mis modales en la mesa. También sugirió que yo debía estar abrumada porque allí no me hacían todo como en Venezuela Y es verdad, a ella que le importa, en mi casa yo no tengo que hacer nada, ni cocinar, ni limpiar, ni lavar, nada. Para eso mi madre tiene una mujer de servicio. Y para colmo salimos a pasear por la ciudad y comenzó a señalarme los edificios, la iglesia y los monumentos y aseverar que en ellos sí había tradición y que, en cambio, en mi país no. ¡La odio! ¡No quiero verla más nunca!
Ya me he acostumbrado a rodar con la bicicleta por la ciudad. Anoche me fui al bosque que queda a dos kilómetros de la casa. Había luna llena y la noche estaba bonita. Suelo irme a un lugar que encuentro especial, es un claro del bosque donde hay una gran roca y yo me siento en ella y veo las estrellas y reflexiono acerca de lo mal que me está yendo en este país. Hoy no llegué hasta la piedra, iba en camino a pie, había dejado la bicicleta en la entrada del bosque, cuando vi a cuatro hombres rodeando a una mujer. Los tipos eran muy blancos, con el cabello rubio cortado al rape, no distinguía muy bien sus rostros a pesar de la luz de la luna. Parecían ángeles del infierno, tenían una gran esvástica pintada o tatuada en el pecho. Empujaban a una mujer, que se veía joven, de piel morena y bonita. La empujaban y le gritaban horribles groserías en alemán. La mujer cayó al piso y uno de ellos, el que se veía más feroz, sacó un látigo y empezó a azotarla. Le daba con fuerza, así que no tardó en brotar la sangre. Se fueron turnando uno por uno. Yo estaba escondida entre los árboles, y sentía una especie de fascinación por lo que miraba, estaba concentrada en la escena, aunque una parte de mí decía: ¡esa podría ser yo! Cuando se cansaron de azotarla, uno de ellos le penetró la vagina y el otro se puso en cuclillas y la penetró por detrás. Los otros dos se masturbaban frenéticamente. A pesar de que estaba horrorizada sentí una ola de excitación recorriéndome los genitales y tuve un orgasmo a la par que los hombres. ¡Sentí asco de mí misma, no entendía cómo podía suceder eso! Luego se abalanzaron sobre la mujer los otros dos hombres y nuevamente la violaron delante de mí. Yo quería huir, desaparecer, pero temía que si hacía ruido se percataran de mí. Así que permanecí tiesa en mi escondite, con una sensación terrible de náuseas. Vi cómo luego de satisfacerse agarraban el látigo y seguían azotándola. La mujer ya ni gritaba y se convirtió ante mis ojos en una masa sanguinolenta. ¡Y allí la dejaron y se fueron, riendo con fuertes carcajadas! Yo veía esa figura inerme y quería acercarme, saber si estaba todavía viva. La miraba y me preguntaba si estaría muerta. Nuevamente me cruzó el pensamiento, que no me daba tregua: ¡esa podría ser yo! Sin embargo, no me acerqué, me daba demasiado miedo, esperé en mi escondite no sé cuánto tiempo hasta que me sentí segura de que los hombres se hubieran marchado. Después corrí a mi bicicleta y pedaleé hasta la casa, llorando desesperada. Cuando llegué todos estaban dormidos, me acosté y en mi mente se repetía una y otra vez la escena que había presenciado. Era ya de día cuando logré dormirme.
Cuando desperté angustiada ya era pasado el mediodía. Mi mente estaba llena de la escena del día anterior y de las horribles pesadillas que tuve mientras dormía en las que yo era la víctima. Me paré y fui a la cocina y allí encontré a Silvia y el papá hablando del suceso. Habían encontrado a una mujer morena muerta por tortura en el bosque cercano, me dijeron. Yo debí haber puesto una cara terrible porque el dueño de casa me abrazó y me besó. Sospechaba la policía de un grupo neonazi que había en la ciudad y que había cometido fechorías similares. Pero esta es la primera muerta, las demás solo fueron violadas, dijo Silvia. Yo me sentía malísimo, empecé a llorar con desespero y Silvia y el papá me consolaban. No puedo decir nada, me dije, yo soy cómplice, me quedé allí sin hacer nada, no llamé a la policía y hasta tuve un orgasmo. Cuando paré de llorar, me excusé y me fui al cuarto.
Luego tomé la bicicleta y me fui al bosque. Encontré el lugar acordonado por la policía y lleno de curiosos en los alrededores, me mezclé entre la gente presa de angustia. No puedo decir nada. Yo soy cómplice, me decía. Al rato decidí regresar a casa y luego siguieron días horribles, veía la escena dantesca una y otra vez y en sueños se repetía una pesadilla tenebrosa donde yo era la víctima de las peores atrocidades. Esto se repetía día tras día y aún después de que llegué a Venezuela.
Una vez no pude soportar más y entre sollozos le conté a Silvia lo que había sucedido. Ella me dijo que callara, que no se lo dijera a nadie, ya que estaba en posición vulnerable porque podía reconocer a los hombres y estos podrían vengarse. Me explicó que esos grupos neonazis eran muy peligrosos y que abundaban en la ciudad. Comencé a sentir mucho miedo y me pasaba que cualquier hombre con el cabello cortado al rape que veía me daba la impresión que era uno de ellos. Pero yo no les vi bien la cara, estaba oscuro, me decía. ¡Creí que iba a enloquecer¡
El padre de Silvia como que se ha dado cuenta que no estoy feliz, creo que nota mi angustia porque comenzó a preguntarme qué era lo que más extrañaba de mi hogar. Yo enseguida, para disimularle dije que era la comida. ¡Ay, Dios, cómo extraño las arepas! Traté de hacer unas y me quedaron tiesas. Él no me va a hacer arepas, pero por lo menos prometió que se iba a esmerar más en la comida. Ojalá porque ya no aguanto esos alimentos congelados, aunque en realidad, ya no me importa mucho comer o no comer. He pensado en llamar a mi madre y contarle lo sucedido, pero lo descarté porque estoy segura que se desesperaría. Mejor seguir callando.
Tengo dos días con fiebre y dolor de garganta y ellos dicen que no creen en médicos. Al final me llevaron porque llamé a mi mamá y me dijo que se los exigiera. Me dijo que les dijera que si ellos no creían en médicos se los respetaba, pero que a mí me llevaran donde uno. Creo que me enfermé de tanta angustia, tengo continuas pesadillas y me sobresalto ante cualquier hombre rubio. ¡Y en Alemania hay muchos!
¡Estoy emocionada! ¡Por fin voy a hacer algo agradable en este viaje! ¡Nos vamos a Ámsterdam! Es una ciudad bellísima, las hermosas flores, los molinos de viento. Pero no me gustó ver cómo las alemanas inducían a mis compañeras del Humboldt a fumar marihuana. Yo no lo hice ¡Qué va! Mi madre siempre me ha dicho que las drogas son peligrosas. Tampoco quise porque estoy muy nerviosa y drogada puedo hablar, puedo contar mi secreto.
A mi regreso del viaje a Alemania me esperaban en el aeropuerto mi papá y mi hermano. Mi madre no fue a recibirme. Estoy tan decepcionada, a quien más quería ver era a mi mamá. La eche tanto de menos. Cuando llegué a casa ella me esperaba con un pasticho. Por fin, comida de verdad. No sé porque siento una tristeza espantosa. O tal vez sea por las continuas pesadillas. Todas las noches sueño con la tortura y violación que presencié y lo que más me da repulsión es recordar el orgasmo que tuve. Mañana mismo tengo que ir al colegio porque ya comenzaron las clases del quinto año. Y no me siento con fuerzas para asistir. Me encuentro decaída, apabullada.
Me sentí rara en el colegio. Las clases están adelantadas y yo me siento desubicada. En menos de un mes tengo que presentar el Abitur. ¿Podré? No me siento segura de nada. Creo que voy a salir mal en ese examen.
No me siento con fuerzas para asistir a clases. Para qué, si me van a raspar en todo. Yo lo sé, no puedo con ninguna de las materias. Y con el Abitur, menos.
Mi madre está furiosa porque no me levanto para ir al colegio. Es que me da un sueño horrible en la mañana. Claro, si en la noche continuamente me despierto sobresaltada por las pesadillas. Esos recuerdos no me van a abandonar nunca. Quiero contárselo a mi madre pero no me atrevo. Y ¿Qué sentido tiene? No me siento bien en ese colegio, no sé nada de alemán. ¡Mi vida es un fracaso!